La piel sana posee un manto ácido protector, que ayuda a hidratar la piel, protegiéndola de la desecación y de bacterias patógenas.
Enfermedades de la piel como el eccema o la dermatitis están vinculadas con alteraciones del manto ácido, con la posterior colonización por bacterias u hongos, que actúan a modo de gérmenes oportunistas, aprovechando una situación en la que el paciente ve reducida la capacidad de su sistema inmune.
Así mismo, la exposición de la piel a humedad, como puede ser el caso de pliegues cutáneos (sudor) o en situaciones de incontinencia, puede facilitar la aparición de infecciones fúngicas.
Por último, en pacientes con deterioro de la integridad tisular (heridas exudativas o estomas) la piel puede verse expuesta a fluidos orgánicos que afectan a su normal funcionamiento, produciendo maceración y volviéndola más friable.
Existen diversos tratamientos activos (antimicrobianos, antiinflamatorios) frente a este tipo de microorganismos, que pueden ser administrados por vía tópica (en crema) o vía oral (en pastillas). El tipo de infección y su extensión indicará una u otra vía. En general, las infecciones fúngicas suelen requerir un tratamiento de mayor duración que las infecciones bacterianas